Lo menos que podemos hacer, en servicio de algo,
es comprenderlo.
La vida cobra sentido cuando se hace de ella una
aspiración a no renunciar a nada.
No hay amor sin instinto sexual. El amor usa de
este instinto como de una fuerza brutal, como el
bergantín usa el viento.
Lo que más vale en el hombre es su capacidad de
insatisfacción.
El deseo muere automáticamente cuando se logra:
fenece al satisfacerse. El amor en cambio, es un
eterno insatisfecho.
Una buena parte de los hombres no tiene más vida
interior que la de sus palabras, y sus sentimientos
se reducen a una existencia oral.
El enamoramiento es un estado de miseria mental
en que la vida de nuestra conciencia se estrecha,
empobrece y paraliza.
Hay quien ha venido al mundo para enamorarse de
una sola mujer y, consecuentemente, no es probable
que tropiece con ella.
La vida es una serie de colisiones con el
futuro; no es una suma de lo que hemos sido, sino de
lo que anhelamos ser.
La belleza que atrae rara vez coincide con la
belleza que enamora.
Con la moral corregimos los errores de nuestros
instintos, y con el amor los errores de nuestra
moral.
Enamorarse es sentirse encantado por algo, y
algo sólo puede encantar si es o parece ser
perfección.
El amor, a quien pintan ciego, es vidente y
perspicaz porque el amante ve cosas que el
indiferente no ve y por eso ama.
Sorprenderse, extrañarse, es comenzar a
entender.
No somos disparados a la existencia como una
bala de fusil cuya trayectoria está absolutamente
determinada. Es falso decir que lo que nos determina
son las circunstancias. Al contrario, las
circunstancias son el dilema ante el cual tenemos
que decidirnos. Pero el que decide es nuestro
carácter.
Nuestras convicciones más arraigadas, más
indubitables, son las más sospechosas. Ellas
constituyen nuestro límite, nuestros confines,
nuestra prisión.